miércoles, 17 de junio de 2009

Agonía de deseos

Al despertar me pregunté si también al despertar te preguntabas. Me encongí de hombros al sentir que todo se tornaba difuso, y no encontré en mis desvaríos ninguna palabra que me confortara. Me alcé sola sobre un terreno valdío cuestionándome si al final del camino mis pesares se notaban, si eran visibles las cargas que llevo sobre mi espalda, a menos para ti, que me observabas, tan de cerca me mirabas, pero tu expresión no fue de acuerdo con lo que yo pensaba, fue de soledad, de tedio, de necesidad de alzar el vuelo para disipar tus ansias.

De soslayo me detuve sobre tus párpados para sentir tu mirada, para percatarme ciertamente de que no me equivocaba, y no fue que no estaba, es que había aún más que observar desde tu estancia, y mi imagen disuelta, entre tus primeros capítulos, no estaba, sino hasta el final, rezagada, como una esperanza que tuviste pero que quedó manchada, que perdió su color verde y se tornó grisácea, como algo que pudiste haber esperado, pero que se consumió en los minutos en que te sentiste obligada, presa, desarmada. Detengo mi vuelo con un hasta aquí que mis alas rotas comprenden, ya lo han escuchado de mi tantas veces, y a un lado del camino me siento paciente a esperar que, sonriendo con su mueca de placer en la mandíbula, la muerte de mis deseos se aproxime, y pase frente a mi vanagloriándose una vez más por su victoria.

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